Donald Trump y Benjamin Netanyahu, trazaban líneas
invisibles sobre un mapa de Oriente Próximo
“Te doy el Sinaí, los altos del Golán y la mitad de Siria”,
murmuró Trump, señalando con un dedo enguantado, “a cambio, tú me aseguras el
oro y el petróleo de Irán”.
Netanyahu sonrió, sus ojos brillando con astucia. “¿Y qué
hay de la otra mercancía, Donald? La que nadie menciona en los discursos
públicos: órganos humanos. Tenemos una red que puede abastecer hospitales
privados en todo el mundo.”
Trump asintió, deslizando una carta sobre la mesa. “Mi gente
maneja el transporte y la logística. Nadie preguntará de dónde vienen los
riñones ni los corazones. Solo necesito tu garantía de que los suministros
nunca se interrumpan.”
Los dos hombres sellaron el pacto con un apretón de manos,
mientras fuera, los cielos de Oriente Próximo se iluminaban con el resplandor
de los misiles y los gritos de la guerra. El mundo no sabría nunca de su
acuerdo secreto, tejido entre bombardeos y negociaciones diplomáticas, mientras
una red de tráfico de órganos humanos se extendía desde los hospitales
israelíes hasta las clínicas de lujo en Estados Unidos y Europa.

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